Coronación Pontificia
El rito de Coronación es todo él una expresión de fe en la realeza de Cristo y de María. En la oración de bendición de las coronas con las que van a ser ceñidas las imágenes de Cristo y de su Madre, se dice: “Mira, Señor, benignamente a éstos tus siervos que, al ceñir con una corona visible la imagen de Cristo y de su Madre reconocen en tu Hijo al Rey del universo e invocan como Reina a la Virgen María”.
En la oración de bendición se exalta a Cristo como Rey. Unida a la realeza de Cristo está la de María. El rito de coronación es reconocimiento de esta realeza, que depende totalmente de la de Cristo, su Hijo. De manera sintética lo indica el ceremonial de Obispos: “con esta celebración los fieles confiesan que la bienaventurada Virgen María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial y que con toda razón se la debe tener e invocar como a Reina”.
El pueblo aplica con espontaneidad y casi intuitivamente el título de “reina” a María, con el que expresa su conciencia de que vela por la Iglesia y por el mundo. Esta caracterización no aleja a María del pueblo, que nunca separa el título de “reina” de su condición de “madre”. Es una reina en la que se confía y a la que se dirigen las súplicas, sabiendo que siempre escucha. El símbolo de María reina va unido a la misericordia y al perdón. Es reina cercana a todos y especialmente a la gente sencilla, humilde y necesitada. María reina es querida por todos. Su memoria tiene un fuerte poder de convocación para nuestro pueblo.
La coronación deberá tener en cuenta que el verdadero centro de todo el culto cristiano es Jesucristo. Encontrarse con María reina tiene que terminar siempre siendo un encuentro con Dios en Cristo.
En la coronación de la Virgen, se aclama a María como señora y patrona. Este acto litúrgico es ocasión para renovar el deseo de entrar en el reino, para intensificar la fe en la vida eterna y para impulsar gestos de misericordia y de perdón.
Al coronar la imagen de la Bienaventurada Virgen María de O Corpiño, hacemos expresión de la devoción sincera a la Madre de Dios. Manifestamos mediante este rito sentimientos de alabanza, de cariño y de gratitud hacia la Virgen de O Corpiño por habernos acompañado a lo largo de los siglos. Por haberse acercado a nosotros en este lugar donde hoy se yergue su Santuario Ella aparece ante nosotros como el símbolo de una presencia constante, protectora, maternal y misericordiosa. Al venerarla como patrona, madre y reina gloriosa en el cielo, estamos seguros de que ella, llena de misericordia, intercede en nuestro favor, y por tanto imploramos con confianza su protección.